LA MALDICIÓN DE LAS RIMAS

(Poema humorístico)

  

 "De casta le viene al galgo",

dice un refrán popular,

y yo heredé de mis padres

esta afición de rimar.

 

Desde mi más tierna infancia

la comencé a practicar;

balbuceando decía:

"papá, mamá, papá, mamá...".

 

Según pasaban los años

y crecía en conocimiento,

en la escuela me decían

que era todo un portento.

 

Me puse a leerlo todo,

de los clásicos bebí:

Lope, Góngora, Quevedo...

hasta leí de Azorín.

 

Qué divertido resulta

advertir que unas palabras

puestas al final de un verso,

con otras palabras casan.

 

Y aunque el ritmo de lo escrito

es crucial en este asunto,

lo que más me entusiasmaba

era rimar, a lo bruto.

 

Era tan grande el empeño

que ponía en conseguirlo

que sin darme cuenta, apenas,

me vi envuelto en el hechizo.

 

Ya no podía evitarlo,

al hablar de cualquier cosa

no paraba de rimar...

ni siquiera si era en prosa.

 

¡Válgame Dios, qué desastre!

No había visto nada igual.

Toda mi vida era un ripio

que no podía barajar.

 

Todos de mí se alejaban

cual si tuviera la peste.

Decían que no soportaban

mi forma de hablar demente.

 

Ni mis padres me aguantaban.

Hasta me echaron de casa

porque decían que era un monstruo,

caníbal de las palabras.

 

En el trabajo, mi jefe,

que me estimaba al principio, 

se llegó a colerizar

y me echó sin finiquito.

 

Como el asunto era serio

pues no menguaba, iba a más,

fui a que me reconociera

mi médico, don Tomás.

 

Me auscultó y me pidió

que dijera treinta y tres.

Luego me reconoció 

de la cabeza a los pies.

 

Se calló por un momento

y dijo con voz serena

que no tenia solución,

mientras movía la cabeza.

 

"La ciencia no llega a tanto,

no sabe de estas cuestiones".

Y añadió solemnemente:

"Lo tuyo son maldiciones".

 

Me acompaña, desde entonces,

la maldición de la rima,

que si Dios no lo remedia

acabará con mi vida.

 

* * *

Fernando Cravioto

24/08/2017

 


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